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La salud y la enfermedad son dos caras de una misma moneda y esa moneda, es sin duda, la inmunidad. La salud depende por tanto del buen funcionamiento del sistema inmune, es decir, de la capacidad de éste para hacer frente a la enfermedad.

En la salud y en la inmunidad, todo es cuestión de equilibrios. Y es que, a pesar de lo que siempre nos han contado, un sistema inmune sano no es aquel que lleva a cabo la reacción más potente.

El sistema inmunitario es primero y, ante todo, un sistema de autorreconocimiento. Una red compleja, adaptativa, plástica y flexible, con la increíble habilidad de reconocer lo que pertenece al cuerpo y distinguirlo de los elementos que forman parte de su entorno, reaccionando ante todo aquello que tiene el potencial de dañar el organismo. Un sistema inmune en buen estado es aquel capaz de adaptarse a un entorno en constante cambio, en otras palabras, aquel que sabe reaccionar a las amenazas reales y no necesariamente aquel que responde de la forma más “fuerte”

¿Acaso pensabas que tu sistema inmune sólo trabaja cuando estás enfermo?

Una salud duradera sólo puede alcanzarse potenciando la propia habilidad del cuerpo para sanar, curar y cuidar. Alcanzar una salud duradera quiere decir que estaremos sanos durante periodos de tiempo más largos. Sin embargo, no es que nunca más vayamos a enfermar. Pero cuando caigamos enfermos, también nos será más fácil recuperarnos. Incluso un sistema inmune en buen estado puede verse desbordado en un momento dado. Un sistema inmune sano ofrece la oportunidad de alzanzar una salud duradera.